Dónde la llevase el destino.

-Cuéntanos un cuento, Avril.

La profesora recogía los dibujos de sus alumnos rápidamente; los dejó en su escritorio y les dijo a los niños que se sentasen alrededor de ella, en la alfombra roja que había al fondo de la clase.

-Os voy a contar una historia real. De príncipes y princesas. Erase una vez una muchacha que trabajaba en el palacio de un príncipe. Cada mañana, él bajaba hasta la cocina para verla. Ella sonreía, su corazón se aceleraba, y después de éso, pasaba todo el día pensado en él. El príncipe abrazaba a la muchacha, le daba besos, le decía palabras bonitas y finalmente ella terminó locamente enamorada, y creyó que el príncipe también lo estaba. Los niños comenzaron a sonreír mientras Avril se limpiaba una lágrima procedente de sus ojos verdes que caía por sus rosadas mejillas. Un día, apareció en el palacio una bruja, que embrujó al príncipe con sus encantos hechizos, y él le pidió matrimonio. Se casaron y el príncipe y la princesa fueron felices.

-Profe, se ha equivocado. El príncipe tendría que haberse casado con la muchacha.

-No, Martín. El príncipe se quedó con la puta bruja del cuento.

-Entonces no es un cuento de príncipes y princesas.

-No, Evelyn. Es una historia real.

-¿Y qué pasó con la muchacha?

La muchacha recogió todas sus pertenencias para marcharse; pero antes de abandonar el palacio le dijo al príncipe que no tenía vergüenza. Abandonó el palacio para siempre.

-¿Y dónde fue?

-Sin rumbo, Amalia. Dónde la llevase el destino.

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